Nadie podía suponer que la afición taurina zaragozana fuese a congregarse en enero en lugar tan poco habitual como es el cementerio de Torrero, pero así sucedió. En dos mañanas, casi seguidas, los aficionados despedían al decano de los matadores de toros de Aragón y a un gran aficionado.

El diestro era Antonio Palacios Rodrigo que aunque nacido en Manchones pronto fijó su residencia en Villamayor, pueblo o barrio zaragozano, según la voluntad política del momento y que por eso comenzaría su carrera taurina toreando vacas en la plaza provisional de los Barrios, en las inmediaciones del puente sobre el rio Gallego.

Apoderado por Francisco Santos, “Muletazos” fue un diestro de corta vida taurina, tan solo cinco años estuvo de matador y viendo que los toros no le proporcionaban sustento, lo busco por otro lado. El tiempo en que estuvo en activo demostró ser un extraordinario estoqueador, un torero de valor seco, sin aspavientos que llegó a despachar más de veinte corridas de toros en Zaragoza. En tres de ellas- la primera de novillero tras cortar una pata-, fue llevado a hombros por los aficionados desde el coso de Pignatelli hasta el Pilar, la ultima, tras despachar una corrida de Miura en la primera corrida de toros que TVE retrasmitió en directo y lo hizo desde Zaragoza.

Fue corneado en demasiadas ocasiones, al menos en trece, por eso y por la falta de contratos se despidió con éxito del toreo en la desaparecida plaza gerundense de San Feliu de Guixols no sin antes haber proporcionado grandes tardes de gloria, colocando el cartel de no hay billetes en nuestro coso taurino en sus enfrentamientos con Fermín Murillo, ante una afición dividida que recordaba las apoteosis de los tiempos de “Herrerín” y Ballesteros.

De Enrique Asín Cormán que puede decir de él, que no se haya dicho o sabido, quien fue uno de sus amigos. Primero en la taberna Casa Gimeno de la calle Rufas y luego en su museo de la calle Blas de Ubide 13+1, junto a la plaza de San Gregorio, en el corazón del Arrabal zaragozano, celebramos de continuo tertulias y hasta cenas taurinas. Especiales eran las de la tarde de los viernes en que solo admitía a sus amigos de “pago”, con los que fundó la Unión Taurina de Abonados de Zaragoza. Gran aficionado, mejor conversador, notable escritor, excelente dibujante y ameno conferenciante. Hombre culto, clásico, costumbrista, al que la vida le deparó en los últimos años demasiados sinsabores. Primero la muerte de su esposa María José, unida a unos momentos críticos del negocio familiar que regentaba, mas tarde su rotura de clavícula y de cadera que le impidió estar presente en la inauguración en el Palacio de los Condes de Sastago de una exposición que con sus fondos exhibió Diputación Provincial y finalmente el terrible cáncer.

En un guardamuebles descansa ante el olvido e indiferencia un importante legado taurino, un museo repleto de objetos que él adquirió y otros que le donaron los zaragozanos para deleite de los aficionados al toro. El coso de la Misericordia, creo que es uno de los pocos de España de primera categoría que carece de museo. Bueno sería que alguien mostrase interés en que ese legado no acabe desapareciendo.

Quién sabe si alguno de los nuevos inquilinos de la Misericordia, sabedores de tamaño desatino quieran hacer meritos cara a la afición y apuesten, junto a la propietaria del inmueble, por recuperar dicho legado, aunque me temo que llegará el día 31, en que supongo se abrirán los sobres que contienen las propuestas para su posterior calificación y ninguno de los tres candidatos: Serolo, Benítez y Fontecha, con sus correspondientes socios, se inclinen por la iniciativa que propongo pues no está la cosa para dispendios.